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*** CARLOS FERRER***


Noticias Locas

martes, 4 de marzo de 2008

Un espía y empresarios sospechados, socios de Cristóbal López en el juego

El imperio de Casino Club / Negocios en la era K

Inauguración. Cuando se preparaba para ser primera dama, Cristina protagonizó con López un tradicional corte de cinta en un casino.

El empresario kirchnerista no construyó su imperio de ruletas y tragamonedas sólo con la ayuda del matrimonio presidencial. En el meteórico ascenso de Casino Club, que en apenas quince años abrió 13 salas de juego, López se rodeó de oscuros socios: Héctor Cruz, un ex funcionario de la dictadura que hacía inteligencia para el Ejército; Ricardo Benedicto, un apostador crónico vinculado a una firma denunciada; y Juan Castellanos, un enigmático hotelero.
Néstor Kirchner tiene debilidad por los casinos. Su devoción por el juego ya era evidente cuando gobernaba Santa Cruz. La leyenda cuenta que cada vez que viajaba a Caleta Olivia, cruzaba la frontera de la provincia y se quedaba a dormir en Comodoro Rivadavia para jugar unas fichas en el casino de esa ciudad. A esa casa de juegos la manejaba un humilde hombre de negocios locales llamado Cristóbal López, transformado hoy en uno de los máximos exponentes de los empresarios K.

En el camino de la construcción de su imperio del juego denominado Casino Club SA, López no sólo recibió la invalorable ayuda del entonces gobernador santacruceño. Recorrió ese camino de la mano de un grupo de socios de antecedentes oscuros y polémicos. Héctor Cruz, un ex militar que fue interventor del Casino de Neuquén durante la época del Proceso y que realizó tareas de inteligencia en el Ejército. Ricardo Benedicto, un apostador crónico y esposo de la dueña de una constructora acusada de corrupción. Y Juan Castellanos Bonillo, un empresario hotelero de su misma ciudad que López convocó para no perder influencia en la sociedad a manos de Cruz y de Benedicto.

Con estos acompañantes logró transformar en sólo quince años un emprendimiento que a principios de los 90 sólo contaba con una sala de juegos en Comodoro Rivadavia en un gigante que hoy tiene 13 casinos y unas 6.360 máquinas tragamonedas distribuidos en 9 provincias, y una ganancia anual de miles de millones de pesos. Sólo en tragamonedas obtienen al año más de 1.600 millones de pesos. Y su ganancia se va a ampliar aún mucho más a partir del escandaloso decreto que firmó Kirchner antes de dejar el poder, que le exige a Casino Club aumentar de 3.000 a 5.100 el número de maquinitas en el Hipódromo de Palermo.

Claro que el camino de construcción de este imperio del juego estuvo plagado de turbias operaciones, cargadas de presiones y negocios muchas veces irregulares. Algunos de los damnificados, que se preocuparon mucho por mantener el anonimato, admitieron a PERFIL haber recibido aprietes en forma personal de parte de la gente de López. Así, Casino Club se transformó en una compañía tan próspera como oscura.


El “genio”. Cristóbal López gana millones de dólares con los casinos, pero la idea de meterse en ese negocio no se le ocurrió a él. El amigo que lo convenció para que entrara al mundo del juego se llama Ricardo Benedicto, uno de los socios desconocidos del imperio Casino Club.

Ambos se conocieron de pura casualidad. López es oriundo de Comodoro Rivadavia, la ciudad del sur considerada “capital argentina del petróleo”. Como muchos de la zona, aprovechó la bendición del oro negro para ganar dinero. Sus primeros billetes importantes los hizo en la década del ochenta, gracias a contratos con las compañías petroleras. Arrancó transportando agua industrial a los yacimientos en grandes camiones. Y los camiones fueron la clave para su próximo negocio: la recolección de residuos urbanos de Comodoro Rivadavia. Su firma Clear SA creció hasta convertirse en una prestadora de múltiples servicios a las petroleras.

La competencia más fuerte de Cristóbal López en esos años estaba encarnada en la empresa Burgwardt SA. El gerente general de esa firma no era otro que el mismísimo Ricardo Oscar Benedicto. Empresario y gerente competían en licitaciones millonarias, pero con el tiempo se hicieron buenos amigos.

Ya en ese momento Benedicto tenía devoción por los juegos de azar. Cuando llegaron los años noventa, se abrió la licitación para el Casino de Comodoro Rivadavia y él vio la oportunidad de cumplir su sueño. Como le faltaba un socio que invirtiera, lo sumó al proyecto a su amigo Cristóbal, que al principio no estaba del todo convencido. Y así fue como en julio de 1992 abrieron la primera sala de juegos, la misma que después visitaría de manera frecuente el gobernador Néstor Kirchner.

Ingeniero de profesión, Benedicto no dudó en renunciar ese mismo año a la compañía en la que estaba trabajando. Todavía estaba casado con Myriam Elisabet Costilla, socia de la constructora patagónica Kank y Costilla. La compañía realizaba y aún realiza muchas obras públicas en el sur y estuvo involucrada en una causa judicial en donde se mencionaban coimas a las autoridades de Santa Cruz.

“Benedicto es el socio que más sabe sobre casinos, es un genio en temas de juego”, comenta un empresario del rubro que lo conoce bien. “Se tomó el trabajo de viajar varias veces a Las Vegas, para aprender cómo funcionan las salas de primer nivel”, agrega.

El ex ingeniero también tiene devoción por las carreras de caballos y se convirtió en todo un especialista. Es dueño del stud de potrillos “Rubio B”, considerado uno de los más importantes del país. Tiene animales pura sangre que corren en hipódromos locales y del exterior.

López es quien maneja la relación clave con Kirchner. Pero Benedicto no sería ajeno a los contactos con funcionarios. Fuentes vinculadas a la política porteña señalan que este socio mantiene línea directa con el jefe de Gabinete, Alberto Fernández, en especial en los temas vinculados con los negocios que regentean en la ciudad de Buenos Aires, como los tragamonedas del Hipódromo de Palermo y el casino flotante de Puerto Madero.

Cruz diablo. Pero el socio más polémico de Cristóbal López es Héctor José Cruz, un ex militar que fue mandamás del Casino de Neuquén desde los tiempos de la última dictadura. Desembarcó en Casino Club después de que se privatizó ese casino provincial, cerca del año 1994. Desde ese momento, este militar de 64 años es un socio activo del holding y no se pierde ningún evento, incluida la inauguración del Casino de Río Gallegos, en donde se lo vio conversando animadamente con el matrimonio Kirchner.

“Lo llevaron porque tenía mucha experiencia en dirigir casinos”, cuenta un hombre de negocios que también se dedica a ese rubro. “También porque querían quedarse con algunos casinos provinciales que se estaban privatizando y Cruz los conocía muy bien”, amplía.

El Casino de la Provincia de Neuquén inició sus actividades en 1972. Era ambulante: dos días estaba en la capital del territorio, otros dos en Zapala y el cronograma se repetía en varias ciudades del interior neuquino. Recién con la llegada de la dictadura consiguió su primer edificio.

Es precisamente con la llegada de los militares cuando Cruz entra en escena. Su primer trabajo en el casino había sido de pagador de punto y banca y, por lo que recuerdan los empleados de la vieja guardia, “era muy bueno en lo que hacía”. Fuentes de distintos sectores confirmaron que el gobierno de facto de la provincia ascendió a Cruz y lo colocó como interventor.

Los memoriosos de la provincia recuerdan que Cruz empezó a manejar las riendas y a disciplinar a los empleados como si se tratara de una tropa. Para entrar “los empleados teníamos que hacer la venia”, recuerda un trabajador de la época, que solicitó a PERFIL no ser identificado. Es que el vínculo de Cruz con la dictadura no se agotaba en su cargo de gerente: era un militar, con grado de sargento retirado. En su foja de servicio del Ejército figura que después de retirarse de la fuerza se desempeñó como personal civil de inteligencia de la fuerza.

Los que trabajaron con él lo recuerdan como un hombre autoritario. Le temen. Por su condición de militar, Cruz sigue siendo conocido en la provincia como “el sargento”. Y cada vez que visita el casino –dos veces por año–, la gerencia actual lo recibe con mucha pompa.

“Cuando era gerente, en la dictadura, y luego en democracia, Cruz saludaba a todo el personal por nombre y apellido. Les hacía saber que conocía todos sus movimientos. Con quién habían cenado la noche anterior, los nombres de las esposas, todo los datos personales”, precisa un ex empleado del casino neuquino.

Hay más sobre el carácter de Cruz: “Retaba a los gritos y en público a los empleados. Los mantenía a raya”. Pero su carrera no se terminó con la democracia. Felipe Sapag, el gobernador electo, lo mantuvo en el cargo. Y Pedro Salvatori, también. Dicen que el siguiente gobernador de Neuquén, Jorge Sobisch, le encomendó la privatización del casino, algo de lo que se ocupó personalmente.

La adquisición de Cruz cumplió su objetivo: en poco tiempo agregaron casinos en provincias como Misiones y La Pampa. Claro que enseguida necesitaron otro socio que pusiera dinero para financiar esa gran expansión. Y así fue como llegó Juan Castellanos Bonillo, alias “el Gallego”.

Con la misma edad que Cruz, con domicilio en Comodoro Rivadavia, proviene de una familia tradicional de la ciudad y empezó del mismo modo que Cristóbal López, haciendo servicios de transporte para los yacimientos de YPF.

Además de Casino Club, tiene otros negocios: es socio fundador de la Sociedad Hotelera del Sur SA, que declara como objeto la construcción de hoteles y su explotación y que tiene actividades en toda la Patagonia.

Cuando viaja a Caleta Olivia, Néstor Kirchner ya no tiene que hacer setenta kilómetros hasta Comodoro Rivadavia.

Quince años después de instalar el primer casino, su amigo Cristóbal López, junto con sus socios, parece encargarse de ponerle una mesa de ruleta al presidente en casi todas las ciudades importantes del país.

Leonardo Nicosia / Mariano Confalonieri
Diario perfil 02/03/2008

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*** ALBERTO OLMEDO ***

Pacman
¿Quién no ha jugado al comecocos?, hártate de comer bolitas y esquivar a los fantasmas